La fortaleza de las Flores de Haití y su impacto en mi vida

Anse A Pitre, Departamento Sudeste, Haití3 SemanasFin de la Pobreza

¿Haití?, ¿no se te ocurre algún país más lejano y con menos seguridad? Si, Haití. La distancia son solo kilómetros, y bueno, muchos muchos litros de agua salada. Como veréis a mi madre no le gustaba mucho la idea, pero con la ayuda de mi padre pude convencerla y conseguir hacer el voluntariado más bonito que jamás imaginé que podría hacer.

¿Por qué Haití?

Remontémonos al principio, donde empezó todo. El verano de 2018 estuve 4 meses trabajando en New Jersey, Estado Unidos. Fueron unos meses estupendos en los que conocí gente maravillosa, conseguí ahorrar bastante y viajar durante un mes por todo el país. A mi vuelta a España decidí empezar a pensar qué otra aventura iba a emprender el verano siguiente. Estados Unidos me encantó, pero la monotonía, la exigencia, y la vida “por y para” el trabajo acabó consumiéndome. Fue entonces cuando se me ocurrió dar un giro de 360 grados a mi experiencia y pasar de trabajar en uno de los países más ricos del mundo a hacerlo en uno de los más pobres. El siguiente paso no fue nada fácil y mucho menos, rápido: buscar ONG que me gustara. La mayoría de las ONG con las que contacté pedían requisitos de experiencia, que aun que la tenía no me terminaba de convencer dicha exigencia, y sobre todo, exigían pagos altísimos por ir a sus correspondientes voluntariados. Estaba cansada de intentar entender por qué tenía que pagar por trabajar, ¿acaso pagamos a nuestros jefes por ir a la oficina?

Tarde de juegos en La saline, Haití

A punto de tirar la toalla me topé con un vídeo de una chica a la que seguía en redes hablando de la labor de Flores de Kiskeya, una organización que trabaja para conseguir la independencia y desarrollo de las mujeres (a las que llaman flores) y de los niños más vulnerables de una zona al sureste de Haití, Anse-à-Pitres. Me quedé embobada mientras la escuchaba, y terminó diciendo que la asociación había abierto el plazo de inscripción para su campamento de verano. Llámalo Dios, casualidad, o destino, pero indagué en su perfil de Instagram y su página web y solo había que pagar algo más de 100€ por la comida y la estancia de todo el mes. Quizás los vuelos, aparte, fueran más caros que si hiciera un voluntariado en África, por ejemplo, pero sabía qué estaba pagando. Era sábado de buen tiempo en la playa con mi familia, y vi que al día siguiente terminaba el plazo para enviar la solicitud. Esa misma tarde me bajé a dar un paseo por la playa y antes de la hora de cenar les envié mi carta de motivación sin consultar nada a mis padres. En esa época los ánimos en casa no eran los mejores. Antes de navidades les anuncié que me cambiaba de carrera, dejaba Administración y Dirección de Empresas para dedicarme a mi vocación, la educación. Era el punto de inflexión perfecto, trabajar con cientos de niños un mes antes de empezar el nuevo curso. A los pocos días me dijeron que había sido seleccionada para empezar las entrevistas para la selección de voluntarios que irían a terreno, y como podréis deducir fui una de los 6 afortunados que las superó todas. A partir de ese momento comenzó la aventura…

La aventura empieza desde casa

Así es, nos reuníamos semanalmente los 6 voluntarios con Romi (fundadora de Flores de Kiskeya), Dary (responsable de los voluntarios en Haití) y algunas antiguas voluntarias como Carmen o Daniela. Desde España se llevan a cabo programas de Nutrición, Salud, Educación y Empoderamiento que se desarrollan en el centro de día materno-infantil, por lo que empezaríamos a trabajar con dichos programas para después ejecutarlos en terreno. Nos organizamos en grupos de 2 y cada uno se haría responsable de un grupo del centro de flores: grupo de niños de 4 a 8 años, de niños de 9 a 12 años y de mamás. Cada uno de nosotros tuvimos que preparar infinidad de actividades para fomentar los programas una vez que llegáramos al campamento. Esto no fue sencillo, sobre todo con los más pequeños, ya que nunca había juegos y actividades suficientes, son niños de otra pasta con una energía inagotable. Además, tuvimos 3 meses para conseguir llenar maletas de material escolar, de deporte, medicinas y ropa, que gracias a hablar con la aerolínea pudimos facturarlas gratis.

Medicinas que llevamos a terreno, centro de Flores de Kiskeya

Maletas con material escolar y ropa recaudada en España, Santo Domingo 

El 1 de julio de 2019 volábamos a Santo Domingo. Nos encontramos todos los voluntarios en Madrid por primera vez, antes de despegar. Fue un viaje de poco descansar, estuvimos hablando todo el vuelo, intentando descifrar los miles de interrogantes que teníamos acerca del mes que estábamos a punto de vivir. Llegamos a la capital de República Dominicana algo antes de cenar, nos hospedamos en un hostal y a la mañana siguiente nos subiríamos a una “guagua” camino hacia Pedernales, un municipio al suroeste de dominicana, donde íbamos a vivir el mes de julio, que hacía frontera con Haití. Ya nos avisó Romi que la “guagua” iba a ser el primer contacto real con los locales. Durante 7 largas y entretenidas horas vimos de todo, desde vendedores ambulantes que entraban en nuestro autobús y se bajaban en la siguiente parada hasta ver que donde antes había pasillo, conforme iban pasando las horas, solo se veían personas apelotonadas, unas encima de las otras. A pesar del cansancio y ajetreo del viaje disfrutamos del pequeño automóvil que parecía que iba a desplomarse en cualquier momento, y de la bachata a todo volumen que nos acompañó durante el trayecto. Al llegar nos instalamos en la casa de voluntarios e intentamos descansar para empezar el día siguiente con todas las fuerzas posibles.  

El campamento

Estuvimos exactamente 3 semanas de campamento, la primera fue de adaptación y las restantes pusimos en práctica todo lo que traíamos de España. De lunes a viernes, nos despertábamos a las 8 para estar a las 9 en el centro de Flores. Los voluntarios vivíamos en Pedernales, República dominicana, y cruzábamos la frontera con Anse-à-Pitres, Haití, a diario. Solíamos volver a las 5 de la tarde aproximadamente, justo antes de que cerraran la frontera. El centro de Flores era, como les decía a mis amigas, un colegio para pequeños y mayores. Era un lugar de luz donde solo parecía existir felicidad y sonrisas. A primera hora te recibían unos grandes ojos negros y unas gigantes sonrisas blancas, y del mismo modo te despedían. Cada semana rotamos entre los 3 grupos de edad, y de esa forma pudimos trabajar y conocernos todos. El día lo dividíamos en 3 partes: cada grupo de voluntarios trabajaba con el que le correspondía del centro hasta la primera pausa, el desayuno. Después del primer descanso seguíamos trabajando hasta la hora de comer (todavía me acuerdo de ese mítico arroz con habichuelas), y finalizábamos a primera hora de la tarde con las últimas actividades. 

Almuerzo en el centro de Flores

Flores de Kiskeya no solo ayuda a las familias que van al centro, si no que además genera empleo a jóvenes locales, ofreciéndoles la oportunidad de formarlos en varios ámbitos como la cocina, de la que se encargaba Marta; las cuentas, tanto ingresos y gastos y sus correspondientes facturas; la educación escolar de los niños, de la que tanto sabía Eli, la gestión del dinero que recibían las madres y un largo etc.    

Frontera de República Dominicana y Haití

La Saline

Los lunes y miércoles, después de comer, íbamos a una zona cercana, La Saline, para jugar y dar de merendar a los niños que allí vivían. Nunca olvidaré el primer día que fuimos, llegamos con cuerdas para saltar a la comba, pelotas y música… ¡Salían niños hasta de debajo de las piedras!, creo que nunca he visto a tantas personitas juntas. Nada que decir de qué ocurría cuando escuchaban el ruido de los paquetes de galletas y veían esos bidones llenos de zumo color rojo. Pasaban escasos segundos desde que corrían hacia nosotros cientos de niños hasta que se formaban dos colas kilométricas esperando la recompensa después de haber jugado sin parar.

Colas para la merienda. La Saline, Haití

Cuando cierro los ojos y pienso en Haití, siempre recuerdo al niño con el que casi tropiezo por ir corriendo, como de costumbre. El pequeño vestía un escaso pantalón y arrastraba su juguete construido con un palo y una tapadera redonda que simulaba el típico juguete infantil de la Feria de Sevilla. Me disculpé en español muy apurada abrazándolo como si lo hubiera pisoteado, y me lanzó una mirada tan sincera y simpática con la que no hizo falta idioma para entender que me estaba perdonando. Fue un acto tan simple pero tan dulce que me cuesta explicar qué es lo que sentí. Qué maravilla que Romi nos diera la oportunidad de poder disfrutar de lo más puro de Haití. Al fin y al cabo, aun siendo una cultura muy diferente, los niños y madres de flores estaban algo más “españolizados” y tenían patrones de conducta que debían seguir en el centro (aunque muchas veces les costaba ejecutar), pero ese comportamiento salvaje haitiano, que me encanta, se vivía a todas horas en aquel pueblecito con aguas turquesas.

Juguetes caseros. La saline, Haití

Las protagonistas

Las mamás tienen un taller donde realizan productos artesanales como neceseres, monederos, coleteros, etc. Más tarde, los voluntarios los traen a España y se venden en eventos solidarios. Todo el dinero recaudado va destinado a ayudarlas con todos los gastos de primera necesidad: arreglar sus casas, comprar comida, pagar los estudios de sus hijos, y algún que otro gasto que se me escapa. De alguna manera están fomentando su independencia económica.

 El taller de las Flores, centro de Flores

Desgraciadamente, la mayoría de ellas han sido violadas o abandonadas por sus familias y gracias a la organización están teniendo una segunda oportunidad.  Estas mujeres son sinónimo de fortaleza, valentía y coraje, a pesar de todo lo que habían vivido, aún siendo niñas (la mayoría tenía entre 18 y 25 años aproximadamente), han sido capaces de levantar la cabeza y seguir luchando por cuidar y educar a sus hijos. 

 El taller de las Flores, centro de Flores, Anse-à-Pitres, Haití

El contraste con España es muy fuerte. Si viéramos a estas “mujercitas” por la calle pensaríamos que son niñas adolescentes cuidando de sus hermanos pequeños. Quizás, podríamos pensar que son sus hijos, demasiado jóvenes, y nos faltaría tiempo para pensar que seguramente han sido concebidos por error, o incluso les señalaríamos por haberse adelantado a la edad que nuestra cultura considera “adecuada” para ser madres. ¿Pero quiénes somos para juzgar a las mujeres sin saber qué pasa, o qué es lo que quieren en la vida de cada una?

Los niños

De los más pequeños me podría llevar horas hablando… ¡qué energía, qué felicidad, qué perspicacia!, pero si tuviera que definirlos con una palabra sería: cualquier sinónimo de gratitud. Cada día me sorprendía más la capacidad de ilusionarse con cada juego, con cada actividad que hacíamos con ellos. Con un simple globo de color eran capaces de transmitir un brillo de agradecimiento en sus enormes ojos que no he visto en ningún otro lugar, como si fuera el día más feliz de sus vidas.  Nuestro día con ellos se resumía en eso, juegos y actividades lúdicas en las que intentábamos incluir idiomas, como el español e inglés. Estos “pequeños terremotos” eran muy difíciles de agotar, pero ahora solo recuerdo con un amor profundo lo que en esos días era agobio y ansiedad por encontrar cada día más pasatiempos y entretenimientos para ellos. La mayoría de los días necesitábamos la ayuda de los trabajadores haitianos, cuya paciencia era infinita, para poder hablar con ellos.  

Tardes de juegos en la Saline, Haití

Los niños de 9 a 12 años eran puro amor. Estos “chapoteaban” algo más de español e inglés, por lo que era mucho más fácil comunicarse. Sus preguntas y ocurrencias te llegaban al alma, al ser más mayores querían interesarse de por qué estábamos allí, cuándo íbamos a volver a casa, dónde estaban nuestros padres, y un largo etc. lo hacían con un tono de voz con el que parecía que rogaban que te quedaras con ellos. - ¿Por qué le hacéis fotos a todo? -, me preguntó un día Michael. Qué difícil es explicarle a un niño inocente, que no conoce nada más que lo que le rodeaba, que necesitaba guardar todo lo que veían mis ojos para poder explicar, con imágenes, lo que era incapaz de hacer con palabras en mi regreso a España. Todo lo que estábamos viviendo era imposible de imaginar incluso en ese vuelo de 7 horas en el que nos hicimos mil y una preguntas de cómo sería nuestro viaje.

Nuestra meditación

Para nuestra sorpresa, el centro de Flores cerraba los fines de semana. Las antiguas voluntarias nos dijeron que era bueno desconectar, lo íbamos a necesitar. Yo desde casa no entendía esa necesidad, estaba ansiosa por llegar y dejarme la piel trabajando. Conforme pasaban los días veíamos que ese “descanso” era totalmente necesario. Desde casa podía parecer que estuvimos de vacaciones, pero no fue así. Es cierto que los fines de semana aprovechábamos y hacíamos excursiones por aquel país de aguas cristalinas y lo que nuestros amigos y familiares veían por redes eran playas paradisíacas. Lo que no sabían, ni entenderán jamás a menos que lo vivan, es que esas escapadas fueron imprescindibles para poder volver la semana siguiente con una salud mental lo suficientemente estable.

Pintacaras. Centro de Flores, Anse-à-Pitres, Haití.

Lo que estábamos viviendo en Haití era una mezcla de emociones, tanto alegres como tristes, que a las 6 de la tarde, al llegar a casa, eran durísimas de gestionar. ¿Les estaremos haciendo bien? ¿es necesaria nuestra labor aquí? ¿no será un error que se encariñen con nosotros para después irnos? ¿la felicidad que nos muestran las madres y niños ahora se convertirá en tristeza cuando nos vayamos? Había un mar de preguntas sin respuesta que durante los sábados y domingos intentábamos ordenar.  Es esencial para el ser humano tener estabilidad emocional y adecuar nuestra actitud para poder hacer bien a los demás. Justo eso era lo que hacíamos mientras el centro de flores permanecía cerrado, teníamos que gestionar las experiencias que vivíamos entre semana para volver cada lunes con fuerza suficiente y poder seguir trabajando. Sin estas pausas a final de semana hubiéramos pasado más tiempo con las familias haitianas, pero hoy podría asegurar que hubiera sido de peor calidad. Es muy complicado vivir experiencias tan extremas, a las que no estamos acostumbrados, “24-7”.

Vuelta a España

Cuanta falta hace ser agradecidos. No somos conscientes de que lo tenemos todo y, por si fuera poco, queremos más. Vivimos con un ansia material que se nos olvida que lo verdaderamente importante no lo es. La mayoría de nosotros ha nacido en una familia que le quiere y apoya, en la que puede comer a diario, se viste, duerme caliente y bajo techo. La escasa sanidad en Haití es una de las principales causas de muerte en el país, y aquí la tenemos más que accesible.  La fortaleza de las Flores desarrolló en mí un positivismo ante cualquier circunstancia de la vida que no hubiera adquirido de otra forma. La capacidad de estas mujeres por ver el lado bueno de las cosas me pareció más que admirable y digno de imitar.  

Pintacaras. Centro de Flores, Anse-à-Pitres, Haití

  Hoy en día sigo sin ser capaz de explicar bien qué fue para mi lo que vivimos en Anse-à-Pitres. Son emociones tan personales y cada uno lo vive de forma tan distinta que es necesario estar en la piel de voluntario para sentirlo.  Animo a todas aquellas personas que están planteándose hacer alguna labor social a colaborar con Flores de Kiskeya. Es una organización tan pequeñita que puedes conocerla sin tapujos, y te hacen sentir parte del equipo, incluso al volver a casa.   Para terminar, puedo decir que al llegar a terreno se desmontaron todos mis esquemas. Pensaba que iba a ayudar y fueron ellos quienes me enseñaron infinidad de cosas. Obviamente estoy satisfecha con mi labor en Haití. Sé que muchas de las madres y niños, con los que forjé una complicidad indescriptible, no me olvidarán, pero lo que me llevo a casa, más que lo que enseñé, fue lo que aprendí.

Escrito por

Escrito por

Emma Bernal

Ubicación

Anse A Pitre, Departamento Sudeste, Haití

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