Mi voluntariado en una isla del Mar Jónico

Lefkada, Grecia Central, Grecia1 AñoCiudades y Comunidades Sostenibles

Cómo he colaborado con el desarrollo sostenible de la mano de la comunidad local en una isla griega

El año 2015 marcó mi vida por completo. En febrero cogí mi maleta y me fui a hacer un servicio de voluntariado europeo a Lefkada, una isla del mar jónico. Mi proyecto tenía como objetivo trabajar de la mano de la comunidad local el desarrollo sostenible. Lo aterrizamos a través de cientos de talleres de manualidades, teatro y psicomotricidad con niños/as y adultos discapacitados y actividades extraescolares para el colegio público del pueblo. Mi equipo y yo, formado por otras tres chicas que fueron variando a lo largo del año, gestionábamos todos los talleres en el centro Kapmeda Lekfada y organizábamos también clases extra escolares todos los viernes con los niños y niñas del colegio.

Desde el inicio del proyecto nos involucramos con la comunidad local y participábamos en todos los festivales, conciertos, limpieza de playas, cuidado del entorno natural de la zona.

Otra de las tareas que tenía dentro de mi proyecto, era reflejar la preocupación medioambiental y el desarrollo sostenible a través de los medios de comunicación. La revista Green O'clock, de la cual fui creadora de la página y gestora de contenidos, nos dio la oportunidad de contar historias para ofrecer a nuestros lectores una visión crítica sobre las políticas de desarrollo sostenible y medio ambiente en Grecia y la Unión Europea.

De toda esta etapa, también recuerdo con especial cariño el huerto de la comunidad de voluntarios, que nos enseñó lo que es trabajar duro, ser constante, tener la satisfacción de obtener frutos y compartirlos, valores que se pudieron aplicar al resto de actividades.

El año que más aprendí de mi misma

No tengo ni idea de cómo he calculado los tiempos, solo sé que todo ha sido muy intenso, un invierno intenso, una primavera intensa, un verano muy intenso y un otoño, también, muy intenso. He visto una vida entera a corto plazo, me he visto nacer y perderme, me he visto ser una adolescente que anda a lo loco, he madurado y he disfrutado de la rutina y me he hecho mayor sentada en el sofá de lo que es todavía mi casa echando la vista atrás.

Mi yo de hace un año tenía miedo, para qué negarlo, miedo a la incertidumbre del qué será, del qué haré yo allí, quién me esperará, miedo al idioma, a los momentos malos, miedo a engordar por no volar por los aires una “nueva cocina”, miedo a estar con una nueva familia en lugar de ser con una nueva familia; pero cuando conviertes tu vida en una incertidumbre, creces. No tengo miedo de volver a casa, tengo miedo de volver a casa y no sentirla mía porque me he acostumbrado a meterla en una mochila. Muchos me decían ¡qué valentía! y yo sinceramente, no lo veo así, es decisión, impulso, sacar las ganas que llevas dentro hacia nuevos retos de los que hoy puedo decir que están cumplidos.

He dejado de decir la palabra normal porque no se muy bien lo que significa, he aprendido a ser paciente. Mi personalidad tipo A no me dejaba vivir sin completar una lista de tareas que debía empezar y terminar el mismo día. He vivido un año sin agenda, he vivido un año con un horario sin horas. Siempre que alguien habla de tolerancia, veo intolerancia en su afirmación, pero puedo decir que estamos trabajando en ello. He sido lo que soy, una esponja para nuevas ideas, nuevos proyectos y nuevas formas de expresar todo lo que llevamos dentro, en nuestro subconsciente que solo hay que dejar florecer.

He dejado de hablar un idioma concreto y mezclo inglés, francés, griego, español y puedo mantener una conversación de mas de treinta segundos en húngaro, ruso y alemán. He hablado muchísimo y he escuchado, siempre he tenido más preguntas que respuestas.

He aprendido que no tengo porque llevarme un secador de 2kg es una maleta (melenas al viento y a vivir el momento), y que tres mudas son suficientes para una semana fuera. He visto el color azul muy fuerte, he plantado tomates y zanahorias y ya sé lo que es la ocra. Me he enamorado de 2.234.967 perrogatos y 9.734.847 mosquitos se han enamorado de mi en pleno agosto, con todas las hormonas revolucionadas. Amor de verano, lo llaman.

He comido mia pita kotopulo me tzatiki, iskender, moussaka, cous-cous, gulash, shakuska, quiche y tortilla, la última más que nunca. He viajado sola, con amigos de toda la vida y con amigos de un par de días. He ido de visita a una clase de español en Estambul y me he cansado de dar la vuelta a la roca de Afrodita en Chipre. Amor eterno decían. He bebido sangría en la parte turca de Nicosia, he cantado en un teatro en Kurion, he visto saltar delfines entre Europa y Asia, he subido a lo más alto de Delphi, he abierto lo ojos en Atenas y ha sido mejor que una clase de historia, me he perdido en Thessaloniki y no tenía saldo en el móvil. Yo paré un taxi... y me intenté hacer amiga del taxista, por eso de no perder las costumbres.

He bailado sevillanas con música griega, salsa con música electrónica. He vuelto a pintar con acuarelas, acrílicos y al óleo, he pintado la habitación, hojas, papeles, mesas y le he dado color a mil historias. He releído “Las venas abiertas de América Latina” y he descubierto a Trotski en un libro de setecientas páginas muy denso. He ido con tres en una moto pinchada, sin gasolina y sin casco, hice auto-stop y he ido con ocho personas más en el asiento trasero del coche escuchando Santana y Manu Chao. Jamás pensé que mi pasado me daría de golpe en la cara como una moda. He trabajado en el festival de las lentejas, hay una foto mía un periódico local donde no entiendo nada. Me he bañado desnuda en el mar Jónico. Me he bañado en unas cataratas a tres grados y me he perdido nadando en unas cuevas mágicas. He intentado luchar contra cien niños en un idioma que no es el mío y al final, todo ha salido bien porque se decir que los quiero. He visto arte en un pollo con un gorro de Papanoel, en tres manchas de colores. He visto a un hombre griego con síndrome de down bailar Camarón. Me emocioné. He dormido en el aeropuerto, en la playa, en el suelo, en una hamaca y encima de unos muelles que se hacen llamar una cama de 90. No me han picado los chinches de milagro. He visto atardeceres y amaneceres en los que pensé que el sol me comía.

He conjugado todos los verbos que he podido, he llorado para vaciarme, a veces por tonterías, otras veces por lo que no lo son, he reído a carcajadas y también he sufrido intentando contenerme la risa. He cantado, he bailado, he besado, he amado, he viajado, he volado en una mágica conjugación del lugar, el momento, las personas con las que he compartido un poco de mi vida y en las que he sido muy feliz. He descubierto pasiones y miedos que no tenía y he tirado a la basura viejas creencias que ya no me parecían correctas. Lo único que no he aprendido es a despedirme, pero creo que eso nunca lo haré, porque sino dejaría de vivir con pasión. Al llegar creía firmemente que todo empieza y acaba, hoy me voy convencida de que todo empieza, pero nada acaba si lo llevas en tu recuerdo. Puede que ahora todo cambie, pero eso no quiere decir que sea el final. Voy dejando cachitos de corazón aquí y allá y todavía me queda mucho para seguir viviendo.

Escrito por

Escrito por

Sara Pérez García

Soy Sara, periodista y politóloga y el año 2015 cambió mi visión de la vida por completo gracias a un experiencia de voluntariado.

Ubicación

Lefkada, Grecia Central, Grecia

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