Mi experiencia en Goa, India

Como punto de partida, y antes de hablar de la organización, quisiera resumir brevemente los motivos que me llevaron a mi voluntariado en GOA (India).

De esto hace ya cinco años, era mi primer año fuera de casa y, estaba estudiando primero de carrera en Madrid; lo hacía en una Universidad en la que tenía todo lo que podía imaginar, vivía en una residencia “hotel”, en la que aparte de muchísimas comodidades, coincidí con muchos amigos. Todo era genial, excepto las clases, no me motivaban, no me gustaba la manera en que las daban, no compartía su punto de vista y poco a poco las fui dejando hasta que decidí dejarlo todo, tomarme una pausa y pensar en lo que realmente quería hacer el próximo curso. Era marzo y hasta septiembre faltaba demasiado.. Cerré los ojos y en menos de dos semanas ya estaba en la India.

Contacté con la organización IDEX que ofrecen voluntariado en diferentes lugares de Asia.

Di con ellos a través de un catálogo de viajes para aprender inglés, ofrecían este voluntariado y era la única manera de conseguir ir buscándolo con tan poco tiempo.

Era un campamento muy familiar, con gente de edades, países y situaciones muy diversos. Aquel era nuestro campo base, donde hacíamos vida fuera de la “jornada laboral”.

Nuestra rutina como voluntarios consistía en acudir por las mañanas durante 6 horas aprox. Al puesto que habías previamente elegido en el sector que más te interesase. Yo elegí niños y educación y mi papel fue sustituir la baja por maternidad de la maestra de una pequeña escuela de pescadores que estaba en la arena de una playa paradisiaca.

A ella acudían cada día cerca de 30 niños, hijos de pescadores, que más allá de la pobreza económica sufrían la soledad de aquellos niños que se quedan largas temporadas solos en tierra mientras sus familias se van a la mar.

Eran niños totalmente independientes, hermanas de 5 años cagando a la escuela con sus hermanos bebés, a pesar de que su vida girase entorno a la mar, pasaban sed, y tenían hambre. Nosotros aparte de enseñarles a leer, a contar, a escribir y a jugar, les entreteníamos y les dábamos mucha seguridad. Les llevábamos la comida cada día, los días que no podían ir a la escuela por ir a trabajar, posiblemente no tendrían bocado que llevarse a la boca.

Por eso no era raro ver a alguno comer el plátano con la cáscara o trepar sobre la cuerda que impulsaba el agua al pozo cuando querían beber.

Así eran mis mañanas allí, me sentía imprescindible. Por las tardes podías continuar con otra actividad, preparar cosas para el día siguiente o tomártelas para descansar, visitar o incluso ir a la playa.

Yo alternaba, algunos días nos íbamos a la playa o de excursión o simplemente a descansar en el campamento, todos allí alquilábamos una moto por céntimos al día y éramos totalmente libres. Otros íbamos a otros centros, como una cárcel, un hospital, otras escuelas, psiquiátricos, espacios naturales... La experiencia es muy recomendable y satisfactoria. Es un tira y afloja entre aprender y enseñar, dar y recibir.

El monzón puso fin a mis casi tres meses allí, en los que también aproveché una semana viajando por las ciudades de los alrededores, conociendo otros modos de vida que son muy distintos pero están muy cerca. Las lluvias torrenciales en junio hicieron desaparecer a los niños. Sus familias estaban en casa y la vida se paralizaba. Sabía que mi aventura terminaba ahí y adelante el billete para volver a España una semana antes de lo previsto.

A día de hoy sigo fantaseando con repetir la experiencia, creo que es la duda de no saber si volver al mismo sitio o apostar por uno nuevo lo que me ha hecho no haberlo hecho desde el día que volví. A cualquiera que se está pensando el ir le diría que adelante. Que vaya para disfrutar y dispuesto a sorprenderse con todo. Y que como yo hoy, cinco años despues, escribiendo esto a modo resumen, te des cuenta de que tienes tantas anécdotas para contar que llenarías un libro entero.